Llegábamos a la estación
Victoria huyendo de la escasez y el aislamiento. Casi todas éramos de
provincias y entre nosotras había algunas aventureras y muchas desesperadas.
Formábamos la legión del servicio doméstico en tierras de sajones. Huestes de
desacomodadas buscábamos quehacer en una ciudad donde otros vivían con
holganza. No entendíamos el pop, y aunque nos atrevimos con alguna minifalda,
viviamos con desarraigo en aquella ciudad psicodélica y moderna. Han pasado más de 50 años y a Victoria
Station, ante la misma indiferencia flemática de los londinenses, siguen
llegando trenes cargados de exiliadas, pero ahora flamantes y competentes
licenciadas.
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