El mismo andén
que nos acercó nos aleja ahora. A través de la distancia a punto de
multiplicarse, se desencadena el consabido patrón de las cucamonas, las
sonrisas forzosas para no desatar anticipada tristeza en el otro, los besos
soplados, el reflejo del cristal que ya me esconde su busto al maniobrar el
autocar para llevársela: todo, todo es inútil ante lo inexorable de la partida.
Y, entre otras muchas cosas sin una
utilidad real, siento tu partida y el hecho doloroso de no poder acompañarla.
Siento esta despedida, este adiós, este adelanto de agonía en el corazón. Igual
que también puedo sentir ya que recordaré siempre este momento.
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