Como triunfaba
el verano y ya había culminado el monzón, no nos desalentó que la bomba nos
dejara sin media techumbre. En las primeras noches hasta nos emocionaba observar
las estrellas desde los pies de la cama, abrazados como si acabáramos de
enamorarnos, leyendo en el universo las señales de un futuro temido, pleno de
añagazas y miserias. Cuando el otoño estalló con sus vientos violentos, nos
llenó el lecho de arañas y hojas crepitantes. Dejamos entonces de ser nosotros mismos
en aquella vida prestada brevemente por la guerra y no tardamos en ser
arrojados de nuestro paraíso terrenal al tráfago del mundo y de lo incierto.
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