A estas alturas no puedo recordar si fue en sábado noche o el domingo por la mañana. Sólo sé que aquella gata infernal derramó sobre el radio despertador el par de tragos que aún quedaban en el vaso que tenía en la mesita, estalló el aparato, dio un chispazo y ella saltó sobre mis partes nobles al escuchar mi alarido. Me miraba farruca posicionándose y como por resorte, comenzó a recrearse en mis preciados atributos. Noté sus uñas horadarme rasgando con saña; definitivamente, aquella era una lucha sangrienta entre la bestia y el hombre. Tirando de ella, sólo conseguía que aquella bestia parda siguiera desgarrándome sin piedad y me di por vencido: ella no estaba dispuesta a renunciar a su presa. Me clavó su mirada felina taladrándome y de nuevo eunuco di por perdida la contienda. Una vez más, mi madre había ganado su batalla.
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