Es curioso como lamiendo cada rincón de su piel, embebiendo
del aroma sublime de su cuerpo, llegué a perder la razón. Fui un loco libando
del néctar de sus labios, mientras mis manos delimitaban el límite de la
realidad, surcando cada curva de sus sinuosas caderas.
Hasta que, de súbito, en el añil de sus ojos, pude ver como
mi mundo, de nuevo, volvía a girar. Y a partir de ahí, de la magnitud de la
belleza de su mirada, toda mi vida tuvo sentido.
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