Una voz alta me
arrancó de la paz y sosiego que la lectura del libro me producía. Intenté
abstraerme de tu quejido pero tus palabras repletas de reproches luchaban por
hacerse un hueco dentro de mis oídos. Al abrigo de la indiferencia y enfurecido por
mi pasividad no dejabas de mirarme mal. Me quedé inmóvil, no hice gesto alguno.
El pulso no me tembló por primera vez, mis ojos no mojaron mis mejillas. Fueron
minutos eternos pero al final tu rencor y odio no erosionaron mi entereza.
Recupero la
tormenta atrayente de adjetivos y verbos allá donde mi imaginación no tiene fronteras y
te vuelve a ver con ojos de enamorada.
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