En la espesura de la noche, el lobo percibía el terror que infería a su presa que a escasas
zancadas le observaba, impávida por su presencia.
Sus ojos, de un rojo infernal refulgían en la oscuridad.
Sus fauces, sedientas de muerte desprendían un hedor macilento.
La presa, gélida, paralizada por el pánico, era incapaz de mover un solo músculo ante la
inminente amenaza que se le aproximaba.
La pelea era inevitable, mortal, sólo uno saldría vivo de la contienda.
El hombre desnudo de arma alguna, para sorpresa del feroz animal, dio el primer paso.
Se abalanzaron el uno sobre el otro en un brutal encuentro.
Ante la atónita mirada del hombre, el lobo se desvaneció.
Había vencido a sus miedos.
martes, 23 de febrero de 2010
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