Al atardecer, cuando el sol abrasa el horizonte, la niña camina despacio hasta la fuente. Con gesto cansado llena la vasija, en los labios se le ha muerto una canción de cuna, apenas tiene siete años. Sin resuello llega a la choza, vacía el contenido del recipiente en un tonel y espera unos minutos para recuperar el aliento y reemprender el inexorable camino.
Al atardecer, cuando el sol juega al escondite con los edificios, la niña abre la nevera, saca un zumo multivitamínico y conecta la video consola, olvida las tibias protestas de su madre recordándole que tiene que hacer los deberes y se dedica a destruir marcianos.
Al atardecer, al atardecer… ¿Quién dijo que todos los atardeceres eran iguales?
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