El viejo estaba sentado en el parque. Sus ojos, que cualquiera pensaría que estaban a punto de caer rendidos en el sopor del calor y la edad, se movían incansables por lugares que apenas recordaba haber visto. Su memoria se aliaba con su imaginación en esos momentos entre el sueño y la vigilia. La memoria le dibujaba paisajes, caras y sentimientos, mientras que la imaginación hacía renacer su cuerpo, y le permitía caminar mientras sus pies seguían clavados en el suelo del parque.
Unos niños pasaron y no le prestaron atención. Él tampoco los envidió.
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