martes, 17 de abril de 2012
La sonrisa forastera
María se enamoró de la sonrisa del forastero. Le parecía que la expresión de su rostro era sincera e indiferente, no como los gestos fingidos de los otros chicos del pueblo. Para ella, los labios de aquel extraño parecían tallados en un mármol exótico y pálido, lo que trasladaba su imaginación hacia una aventura greco-romana. Aunque sólo le vio una vez, soñó durante años con encontrarle. A veces, le escribía cartas y las dejaba caer al río, rogando que las encontrase en el mar. Nunca se rindió. Ella sabía que, si tenía que casarse, sería con un hombre como él. Como ese forastero que, incluso colgado de un árbol, se tomó el tiempo necesario para sonreírle a la muerte.
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