martes, 17 de abril de 2012
El lugar de la herida
Lola cerró la puerta despacio, la suavidad es un requisito imprescindible para una huída. Tras aquella puerta vieja que hacía tanto que no atravesaba dejaba el cadáver de la que había sido su propia vida, la misma que ahora cercenaba con su marcha, fría y silenciosa como aquella madrugada que actuaba como único testigo. No sabía si correr o andar deprisa, la tensión y el miedo agarrotaban cada uno de sus músculos, pero consiguió llegar a la estación y al subir al tren éste le pareció el más bonito que había visto en toda su vida, sintió que ya no importaban los golpes, ni los gritos, ni aquella cicatriz en su mejilla, ya no le afeaban, ya no tenían dueño.
Olivia.
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