martes, 17 de abril de 2012
Infierno
Ayer al mediodía, después de salir de casa a toda prisa sin ni siquiera saludar a las chismosas del patio, giré por la esquina del supermercado y vi a Dios escondido tras la forma de un mugriento mendigo. Instantáneamente se paralizaron todos los músculos de mi cuerpo, pero en apenas unos segundos reaccioné hábilmente con un par de monedas repletas de clemencia. Al darse cuenta de que le reconocí, y de mi absurda estrategia, me sonrió resignado sentenciándome de por vida: “Ya es tarde, amigo. Tu destino está sellado”.
IÑIGO MONTOYA
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