En los prados abrazados de alguna quietud, nace en un pesebre el silencio: nuevo Mesías. Allá, en las palmas encalladas transcurre un contagio de recostar mi cabeza sobre los pájaros, aunque me duelan los labios. Sobre un azul sospechoso, suficiente para teñir los lagos encueros, nenúfares bostezan y libélulas retozan. Y hay montañas que desmienten el amanecer, y hay flores que empañan espejuelos y ¡ay! Aquí hace falta una niña que agote los lápices negros, que ponga a correr a los ángeles rezongones. Aquí hace falta una niña que quiera pelearse, furtiva, opaca, gata de calor, contra todos los árboles. Todo en silencio fijo.
Tengo comején en el cerebro. Es en mi cabeza donde más me amas.
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