Estación London King´s Cross. Éramos centenares, quizá miles. El tren procedente del sur volcó su vómito de hombres jóvenes. Unos ojos clavados en la nada se dirigían hacia mí: profundas ojeras en un rostro oxidado de derrotas; harapos, devastación. Cruzamos nuestras miradas. El oleaje de la multitud descabalgó nuestros cuerpos; a través de su raída guerrera, vi la mancha imborrable de su pecho. Me alargó una mano de mármol con la falange perdida del dedo anular. Su cabeza osciló en un gesto negativo. El esfuerzo pareció agotarle. Se le veía viejo de pocos años. Miré mi pecho con aquella mancha, mi dedo anular mutilado…
Volvía del devastado viaje al futuro sin apenas haberme ido.
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