Sintió alivio al regresar de la cafetería. Era como si aquél combinado la hubiera anestesiado. Ya no le molestaba el desorden, ni tenía en cuenta la humedad y los olores reinantes en su caótico despacho. Acometió con brío su trabajo y al final de la jornada se percató de que había tenido un altísimo rendimiento.
Sonrió con picardía mientras pensaba: “y todo es obra de un inofensivo cóctel.”
Marta se equivocaba. Con el tiempo aquél inofensivo cóctel se volvió más exigente, se apoderó de ella y la transformó en una asidua visitante de la cafetería.
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