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viernes, 18 de marzo de 2011

EL 20 DE CADA MES

Saturnino era un anciano centenario que vivía con su hija, su yerno y los tres hijos de ambos, de 10, 8 y 5 años. Saturnino nunca aprendió a escribir, por eso el 20 de cada mes su yerno traía del banco los documentos necesarios para que, empleando su huella dactilar, pudiese cobrar la pensión de jubilación, imprescindible en aquella familia paupérrima.

Cuando el anciano murió, a duras penas pudieron hacer frente a los gastos del enterramiento, no sin la valiosa ayuda de la vecindad. “¿Qué haremos ahora sin la pensión de mi padre?”, preguntaba abatida la mujer. No obstante, para sorpresa de ambos, el dinero continuó siendo ingresado religiosamente cada mes. Así que, pensando que fuese un bendito error del banco, ninguno de ellos se atrevió a averiguar el por qué.

Un mal día, la hija de Saturnino padeció un ataque de histeria. Al oírla gritar, esposo e hijos corrieron presurosos a la cocina donde la hallaron dominada por el terror, mientras señalaba algo frente a sí. “Ah, sí – respondió el hijo de 10 años-, es un regalo del abuelo. Dijo que él ya no lo necesitaba. Me pidió que lo congelase y lo usara el 20 de cada mes. Se lo cortó poco antes de morir”.

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