En el lejano oriente se enamoró el sol de las gotas de lluvia, pero como era muy ardiente; solo con mirarlas las evaporó. Luego se enamoró de las nubes; pero solo con rozarlas las quemó. Día tras día se lamentaba de su desgracia. Él que tenía todo: belleza, luz, alegría, poder; no conseguía encontrar el amor sempiterno.
Ese atardecer a punto de desaparecer en el horizonte, levantó los ojos y la vio emerger detrás del magnífico palacio recién construido. Blanca, seráfica, bella y tímida. La había contemplado en otros lugares, en otro tiempo, pero en aquel instante estaba tan hermosa, que le robó el corazón. Su amor duro eternamente, pues nunca pudo tocarla; cuando ella llegaba... él se iba.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario