Sueña con átomos: cuerpos abarcadores, sólidos, hermosamente simples, de fuerza ilimitada. Los sueña en perpetuo movimiento, los sueña con miles de formas y figuras. Infinitos.
Y se alegra de la perfección del mundo, de la materia sutil que compone el universo. Y duerme su descubrimiento plácidamente.
Otras noches, más oscuras las horas, sueña con el vacío también. Vislumbra regiones remotas, una geometría extraña le acerca a bárbaras regiones desconocidas. En la noche que avanza siente el frío en la frente, en los labios.
Temprano se despierta de la pesadilla. Y tiembla desconsolado por una cifra ignota que sus dedos transcriben una y otra vez, sin sentido: 1986.
Y susurra, afligido, una palabra impronunciable en la lengua de sus padres: Chernobyl.
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