Desde aquella roca podía contemplar, sin ser vista, a todos los transeúntes que caminaban por la bahía. Podía estar horas y horas mirando y no sentía en su interior el vulgarismo del tedio, no tenía nada mejor que hacer aquella mañana pero pensó que ya era hora de volver a su habita natural y se sumergió.
El agua estaba tibia, como a Martina le gustaba, su sal hacía un efecto relajante en su piel y el sol reflejaba los colores de su cola armonizando los tonos verdes y plateados.
Aquel día Martina se sintió feliz por ser diferente.
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