Jean, tocaba el piano como si no tuviera alma, como si tocase de memoria sin sentir realmente cada nota. Jean no estaba en esa sala, sólo había alguien que interpretaba aquella melodía.
Ella permanecía detrás de él, de pies, escuchándolo atentamente, sin saber realmente quién era esa persona que había ocupado el alma de Jean, sin saber dónde estaba ahora aquel hombre que había pasado tantos momentos con ella; a la vez le excitaba pensar en ese nuevo Jean que estaba allí delante, acariciando, arrogante, y casi salvajemente cada tecla.
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