Me desperté en mi lecho de muerte. Un ataúd acolchado en seda de color hueso. Intenté estirarme para tocar el final de la caja, pero mis pies no se movieron. Llevaba el traje gris que me compré para la boda de Cristina.
Traté de respirar y mis pulmones no se llenaban.
¡Estaba muerto! ¿Y ahora qué?
Aquella era una luz cálida, deslumbrante. Tuve ganas de llorar al alejarme de ella, me sentía desamparado. Experimenté que me retorcía y expandía, hasta que fui adoptando la forma de… ¡un feto!
Materializado de nuevo.
No tuve tiempo de pensar. Un dolor enorme anunciaba que el alumbramiento iba a producirse
- ¡Empuja!- escuché a alguien vocear allá afuera.
Murió mi conciencia, y vuelta a empezar…
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