Salió de debajo de la nevera. Al verla, el cuerpo me dio un respingo. ¿Cómo es posible que esté ahí tan despreocupada? ¿Por qué no disimula? ¿Se va a quedar ahí, como si nada? Yo me acerqué levemente, evitando mis miedos y no queriendo que huyera, como otras veces. Esta vez no se me escapa, me dije.
Y ahí la tuve, a sólo unos milímetros de mí, hasta que me atreví a tocarla, primero levemente y al ver que no había rechazo, ambos empezamos a enlazar nuestras antenas. En ese momento supimos que la vida volvería a darnos una nueva oportunidad.
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