lunes, 28 de marzo de 2011
JUEGOS
El sonido de cientos de pájaros peregrinos conmovía a los árboles que aplaudían insolentes verdes en el desierto de los areneros. Aún bajo el rito sacerdotal de la lluvia permanecía inmóvil en la plaza, indiferente a las insípidas mascotas. Pero hoy vi un niño cavando un hoyo al lado de la hamaca mayor y no resistí la tentación de ayudarlo. El guardó sus preciados insectos en un frasquito de vidrio y yo continué cavando. Nadie advirtió aquello que envolví en un diario cuando me marchaba. Sé que esta noche mi abuelo ¡Por fin! descansará su calavera debajo de mi almohada después de cuarenta años.
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