miércoles, 11 de abril de 2012
EL GEMIDO DEL HAMBRE
En mi casa siempre olía a almidón. Tenía grandes ventanas que, a menudo, se inundaban de lágrimas. Mi madre, con voz quebrada, decía que eran gotas de lluvia que acabarían ahogándola. Conservo la imagen de mis padres atrapada en una foto familiar; recuerdo el rostro de mi madre con su perfil amoratado. Un día lluvioso les perdí. Al volver del colegio escuché las sirenas de la ambulancia que trasladó a mi madre, y del coche de policía que se llevó a mi padre. Hoy comparto celda con mi padre, por similar delito. Recostado en los barrotes, cuando veo las gotas de lluvia resbalando por los cristales, siento los dedos trémulos de mi madre acariciándome el cabello.
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