lunes, 16 de abril de 2012
Un zombie en el monasterio
Para evitar estrangulamientos, dada la tendencia del nuevo huésped a apretar el cuello de los frailes, le vendamos las manos con trapos, formando una bola en cada una de ellas.
Su costumbre de caminar con los brazos extendidos nos hizo pensar que su visión era escasa y los lentes que con rafia le sujetamos a las orejas no fueron solución, ya que lentes y orejas terminaban colgando del harapiento atuendo que sustituimos con grandes penurias por el hábito del difunto abad.
Terminamos encontrándole acomodo como percha de colada, que terminaba en el suelo cuando entraba en un extraordinario trance en el que daba unas piruetas que nos hacía aplaudir arrebatados.
(Por Eorl Ferreira)
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