jueves, 12 de abril de 2012
Despertares
Al acercar el oído a su pecho supo enseguida que la muerte ya la había visitado. Su corazón había dejado de latir. Los ojos aún abiertos y bailando en sus cuencas fueron los principales testigos del terror. La mandíbula desencajada, seguramente intentaba articular palabra pero por causa ajena le fue imposible. Su madre la abraza contra su pecho entre gritos de odio y rabia.
Era joven y hermosa, toda una vida por delante quebrada por la sinrazón. Las lágrimas inundan la estancia, el dolor resquebraja las paredes.
Esta fue la recompensa obtenida por Adelina después de las innumerables oportunidades ofrecidas a Narciso y de fingir éste continuamente su arrepentimiento.
Ruiz de a Muela
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