lunes, 15 de marzo de 2010
Alpinismo
Atravesar el Himalaya de tus caderas; guiarse con tu aliento tenue por la senda de la libertad; encaramarse paulatinamente aprovechando cada poro (o resquicio) de tu piel; seguir ascendiendo con arrojo, efectuando una parada en cada una de las cornisas con que tu cuerpo alivia y satisface; valerse del sudor incendiario de tu torso como combustible para continuar la marcha; apuntalar la posición en la última arista; remachar a golpe de piolet el camino emprendido; girar la vista atrás, disfrutar de la perspectiva como el jabalí del cieno o el niño de la Navidad; y a bocados, coronar finalmente el genuino K2, donde tu mirada boreal me confirma que cualquier esfuerzo para dártelo todo se hace pequeño, pequeñito.
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