—Vamos a salvar a la humanidad —dijo el último hombre sobre la Tierra.
Y le hizo el amor, por última vez, a la última mujer.
—Cuídate —le dijo antes de morir—, porque en ti dejé una semilla.
—Hemos perpetuado la especie —ella lo miraba, imaginando el futuro.
Faltaba agua.
El mundo se secaba.
El viento se llevaba todo.
Pocos árboles y plantas resistían tal sequedad. Lo único que abundaban eran las manzanas. Manzanas verdes. Manzanas rojas. Manzanas que una voz oculta y admonitoria le ordenó al niño, mil veces, que no comiera.
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