El pájaro, harto de comida descansó. Su plumaje nacarado relucía bajo la intensa luz.
El sol estaba en el cenit. Los personajes de azúcar y pan se erguían estáticos entre las piedras, sus calvas cabezas brillaban. Los cuerpos carcomidos no expresaban malestar, sino ausencias.
Los bordes de las heridas infringidas por los picos parecían no haberles causado dolor. Los picotazos eran irregulares y formaban dibujos aterradores. No me quedé para contemplar el final de la comilona.
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