Saltó el fusible de la vida que conocía y quedé enredado en un tedio absoluto. No encontraba panel donde dibujar mis pensamientos, así que me dediqué a guardarlos en el cajón, junto a su mirada indecisa, aquel anillo que dejó, unas velas gastadas, mi racha de soledad inoportuna, tu voz y los despojos del después.
Sin percatarme de ello, comencé a saborear en el aire una olvidada sensación. Entre silencio y penumbra encontré mi añorada armonía.
No necesité más; ni sonrisas, ni piel, ni música, ni orgasmos, ni héroes, ni alcohol, ni tampoco palabras. No existía ni luz en mis pensamientos para alumbrar la habitación. Sólo silencio y oscuridad, junto a los que me acurruqué mientras me invadía el sueño.
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