La pequeña Rosa vaga sin encanto, soñando con ser una colorida mariposa.
Esconde bajo los párpados sucios, el llanto de la mañana, aquel que tímido asoma cuando el estómago gruñe, pidiendo la comida diariamente ausente.
Recorre las calles, suplicando por una limosna; su carita de ocho años se confunde con la indiferencia de los que deambulan apresurados sin tiempo a nada.
Alguien le tira una moneda, que cae al suelo y se va rodando, con un andar esquivo y tambaleante.
La pequeña Rosa la persigue sin ver y el coche que viene de frente es su cruel adiós.
Muere sin alas y descolorida, sin que a nadie le importe, por culpa de la moneda que anhelaba para no morir.
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