El huevo rodó por la mesada de granito hasta el borde mismo. Luego quedó a merced de la gravedad. Cayó sin prisa. No iba muy lejos.
Se estrelló contra el piso, quebrando la fragilidad de su cáscara, desparramando clara y yema por doquier.
Tras el crash doloroso, el silencio póstumo de una cocina vacía. Ni siquiera la presencia de la desatenta ama de casa para limpiar los rastros del crimen.
El suicidio se había perpetrado. Y nadie había podido impedirlo.
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