Una ciudad revuelta, un parque en llamas. Atruenan los fugaces camiones de
bomberos. Un niño, en la copa de un árbol, gritando auxilio. Quince hombres
gigantes se afanan contra el fuego. Lenguas de incendio suben por troncos
asustados, pájaros huyen. Una madre, frente al hurón de fuego, se desgañita: ¡mi
hijo, mi pequeño! Un grupo de curiosos que sólo mira. El niño siente ardiendo sus
piececitos, crueles llamas bailando, fragor, crujidos. Salta, huyendo del incendio, al
aire limpio. Los bomberos se hielan, la madre cae al suelo de rodillas. Los curiosos
moviendo la cabeza se dispersan. El fuego, enronquecido, llora pavesas negras. La
ciudad queda triste, el parque ardido.
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