Las pavesas ascendieron formando una aciaga tolvanera, arrancando miles de destellos al zaino de la noche. Había condenado con fruición todos sus escritos al olvido eterno de la hoguera.
No escribía para ganar, pero nunca ganó un certamen.
La gota culminante descendió con el premio de microrrelatos.
Y luego, sorpresivamente, obtuvo otro, y otro.
Consiguió ser más leído con trescientas líneas que con diez mil. Comunicar más con un puñado de palabras que con centenares de resmas saturadas de letras.
Ya no volverá a escribir. Probablemente, desde entonces, se conformará con rellenar entre semana algún que otro boleto de la primitiva.
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