-¿Dónde está el perro?
Pregunto a la vuelta del trabajo, después de saludar al pequeño Luis y convencido de que un día mi suegra dejará la puerta abierta para que el animal se vaya.
-Siempre la misma preguntita, como si no lo supieras…
Responde antes de marcharse y dejarme solo ante las rutinas de la noche.
Yo voy a la habitación, claro, para comprobar que sí, que ahí está, amodorrado en su lado de nuestra cama, sin intención alguna de saludarme. Y mi vista se nubla, porque me cuesta aceptarlo, pero está claro que él también la sigue echando de menos.
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