A qué huelen los ángeles? Edward Stevenson trataba de recordarlo. Plantado en la calzada de una calle de Nueva York, con el tráfico parado a su alrededor, Edward veía salir corriendo a la persona que le acababa de salvar la vida.
Inmerso en sus pensamientos, Edward no había visto cómo el enorme autobús se saltaba el semáforo. Un transeúnte desconocido corrió a empujarle para ponerle a salvo, aunque con ello se había arriesgado a que el autobús aplastase su propio cuerpo. Después, se dio a la carrera.
Ese día, Edward planeaba su suicidio. Pero en ese instante, aprendió a apreciar la vida. Comprendió que aún quedan motivos para vivir, que quedan ángeles. El suyo, cree, olía a gasolina.
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