David y Eli tenían sólo 10 y 7 años y era ya de noche. Pero no volverían hasta que Rolfo apareciera. ¡Era de la familia, y no le abandonarían! Eso se lo habían enseñado desde pequeños. Rolfo era un buen perro, seguro que no andaba muy lejos…
Caminaron un rato más. Eli iba rezagada. David dobló una esquina, y fue cuando lo vio: Rolfo estaba inmóvil en un charco de sangre. Era imposible que estuviera vivo. David se giró, reprimiendo el llanto; Eli no podía ver aquello. La convenció para regresar a casa alegando que era muy tarde. Antes de empezar a andar, miró a Rolfo y se despidió. Para él, no era una mascota; era casi un hermano.
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