La primera vez, fue mi padre quien me trajo.
Para un niño de 5 años, al que el sumun de capacidad era la que cabía en el barreño en el que su madre lo bañaba todos los domingos por la mañana, aquello era un problema de cálculo indescifrable: «¿Cuanto cabría en aquél enorme barreño?»
Ahora ─que ya soy mayor─, lo contemplo y aún ando por aquellos cálculos, sin mayores progresos.
Pero recuerdo que, aquél día, aquella primera vez ─porque siempre hay una primera vez─, fue mi padre quien me trajo... y me mostró el mar.
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