Era el último billete que le quedaba para gastar. Después, podría considerarse definitivamente en bancarrota. No había podido hacer frente a sus cada vez mayores gastos: las acuciantes deudas, los sangrantes préstamos, los malditos seguros... Finalmente, el banco se había quedado con su casa y con su vida.
Ahora le tocaba decidir qué hacer con aquel último billete. Gastar o invertir, aunque esta última opción no le había traído suerte hasta el momento. Sin embargo, y por simple casualidad, creyó percibir a la Diosa Fortuna esperándole a la vuelta de la esquina.
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