La conocí en el gimnasio. La primera vista que tuve de ella fue de espaldas, se estaba duchando. Me llamó la atención el tatuaje que llevaba tras el hombro. Un toro, que quizá estuviera enamorado de la luna.
Una luna que bajó a mis pies cuando nada más girarse, lo primero que miró fue mi sonrojo.
Rocé su piel aceituna con mis ojos y ella me besó la cara, salpicada de gotas de agua.
Me desabroché el reloj y le quité la pila, me acerqué su lado y se la puse en la mano, como si fuera un tesoro. Quería vivir para siempre, en ese instante en el que la conocí.
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