La estación muerta, en el andén raíles herrumbrosos bajo hierba desmadejada. Un mendigo en el caserón ruinoso, antiguo jefe de estación, ordenando trenes y pasajeros existentes sólo en su cabeza, despertando lástima en los pocos viejos del lugar.
Un domingo oyeron ruidos de una bestia enorme, aproximándose pesadamente. Era un tren negro, de cristales tintados, que se detuvo en la estación. Nadie bajó, sólo uno abrió la ventanilla y echó el humo y las cenizas del cigarro.
Luego el tren reemprendió su marcha.
El loco rió y gritó: “Por fin. El tren de los que no tienen adónde ir”
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