Por primera vez veía las raíces brevísimas del pasto, estaban a mi alrededor dibujando laberintos verdes y confusos. Traté de estirar uno de mis dedos de la mano de la mano derecha para tocarlas, pero él se negaba a obedecer.
Crecían rápido esas venas verdes impulsadas por una fuerza de imán hacia mi cuerpo.
Un cosquilleo de bichos me hacía tiritar. Más allá otras enraizadas. Adiviné que eran de un árbol, por su tamaño.
No luché, ni grité, en realidad no podía, eso era obvio, pero dejé que mi otro ojo siguiera el camino de la última raíz que ahora me perforaba el ombligo
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