Solías decir que algún día plantaríamos un árbol junto a la valla. Y yo, entusiasmado, contemplaba el patio e imaginaba un olmo frondoso bajo el que cobijarnos en verano y sobre cuyas ramas peladas cantaran los zorzales en invierno. Y agarraba fuertemente tus manos porque sabía que siempre decías esas cosas poco antes de meterme en la cama y marcharte.
Desde la misma ventana te veo pasar ahora cada tarde. Caminas agarrada a tu marido mientras tus hijos espantan a pedradas las currucas que habitan la maleza de mi jardín. Las hojas amarillas de nuestro árbol cubren la vereda, y tus pies juguetean con ellas como si tú también las vieras.
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