miércoles, 13 de abril de 2011
No más de ciento veinte palabras
Todos insistieron: “debes ser menos”. Pero precisamente hacía lo contrario que menguar. Por ello le proporcionaron varias fieras salvajes de sólidos antecedentes para que de noche sujetaran sus miembros pujantes, pues se sabe que la ausencia de luz incita el avance. Así permaneció contenido y dócil durante años. Cuando alzaba la cabeza todos vociferaban que iba por buen camino, así que pronto la volvía a agachar. Cierta noche de desvelo miró alrededor en busca de nuevas confirmaciones y comprobó que dormían silentes los seres que durante décadas le aconsejaron. Y con sorpresa vio que no eran más que cuerpos enjutos sin ojos, nariz ni orejas. Muñones huérfanos con una sola posibilidad; la más osada, la más estéril: la palabra.
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