Entre sus manos papel humedecido por unas amotinadas lágrimas saladas. Pliego mojado que contenía las últimas palabras que él le dedicó…
“Eres la luz que ahuyenta las sombras de mis miedos, la ilusión de un nuevo amanecer, te quiero”
Las olas besaban sus pies queriéndolos arrastrar mar adentro. Cristales de sal moteaban caprichosamente su piel. Lamían el agua, como lengua asustadiza, sus pequeños dedos. Quedó quieta, sólo el silencio era roto por alguna gaviota o por el leve susurro de las olas al desaparecer en la orilla. Así pasa los días, en un pulso desigual con el mar porque éste tiene lo que ella más quería y espera desafiante que se lo devuelva.
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