—¿Dónde está el perro?
Preguntó mi marido irrumpiendo en la cocina.
Lo miré con asombro. Hacía media hora que le había escuchado salir con Platón.
—¡Sabía que al menor descuido le harías desaparecer! —gritó— Tú nunca le has querido. Lo has estado urdiendo todo, al fin te sales con la tuya. Seguro que le ha atropellado algún coche, no está acostumbrado a ir solo. Pero si lo que pretendías es que yo me fuese, lo has conseguido. Te lo advertí, te dije que si él no podía estar aquí yo tampoco. Así que me voy.
Aturdida intenté adivinar dónde estaba la gracia del chiste.
—Recibirás noticias de un abogado —añadió.
Y se fue dando un sonoro portazo.
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