El serafín abrió los ojos y miró la cabeza de león que le quedaba enfrente. Arriba la Virgen se abalanzaba boca abajo abrazando el vacío.
Eran elementos todos ellos blancos y dorados.
El serafín intentó batir las alas, pero allí permanecían pegadas. Poco después le explicaron que él sólo era una copia de la “idea” auténtica de serafín. Por eso nunca volaría.
Se quedaría observando la cabeza del león, que tampoco rugiría, por toda la eternidad mientras la Virgen colgada boca abajo del techo se abalanzaba hacia el vacío.
Tuvo mucho tiempo de reflexionar sobre esto en su bóveda
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