Le creció aquella hoja flexible en la oreja, decía que escuchaba los quejidos de la tierra. Dejó de sacar escombro de la cueva; Empezó a verdecer primero, la piel se les volvió terrosa.
Pasamos por allí camino de Marrakech, nos costó reconocerlos. Nos prepararon unos catres para dormir en el jardín y ellos se quedaron dentro de la cueva. Con las uñas casi grises tañeron el laúd. No quisimos hablar de aquello. La Alhambra brillaba como de oro al otro lado de los arrayanes, del río y de la ciudad. Azafranada, cabía en mi mano ese agosto. Me despertaron los jazmines. Me pareció haber soñado con voces lejanas de amantes
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