Cruzo el umbral y me encuentro con Antonio, melancólico y doliente por su olmo viejo, mitad podrido.
Pegado está Benito, narrando otro episodio de su nacional existencia.
Y al lado Camilo, pancho y orondo, saboreando pastelillos de miel alcarreña, acompañado de su fiel choferesa de ébano.
Luego Dámaso, y Ernesto, y Francisco, y Gabriel, y así hasta Leopoldo, entre Leandro y Lope, hablando de nuestra vetusta querida.
Y al final del todo, Wenceslao precede al último, ese que no recuerdo por ignorancia mía, mas no por inexistente. Él cierra esta sala con tanta y buena literatura hispana donde me hallo.
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