Ella sabrá lo que hace. Pero el hecho de estar maniatado y encapuchado no me tranquiliza demasiado…
Es imposible que quiera hacerme daño. Si no, no habría aguantado las palizas en silencio para no despertar a la niña; quizás sólo quiera realizar alguna fantasía fetiche, como las que le había obligado a ver en mi colección de películas X.
Caminamos por un sendero de gravilla, mientras la oigo resollar a mi lado.
- ¡De rodillas!- Me increpa. Obedezco ante la insólita perversión de mi mujer.
Me arranca la capucha mientras una pistola apunta a mi entrecejo.
Sus labios musitan un “Adiós” y un estallido contundente golpea mi cabeza .Se cierne ante mí la más absoluta oscuridad.
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